sábado, 9 de febrero de 2013

Camino al "Norte"


El calor era asfixiante, insoportable; el dolor, como la gota
de agua que martillea la piedra...
El calor era asfixiante, insoportable; el dolor, como la gota de agua que martillea la piedra, minaba sus fuerzas. Tenía hambre, pues hacía más de doce horas que no probaba bocado alguno. Por momentos parecía que iba a desfallecer, cerró los ojos, todo se inundó de color blanco. Las voces de los otros parecían lejanos e incomprensibles ecos. Era como si el tiempo se hubiera suspendido […].
De pronto, el camión se detuvo. Alguien dio golpes a la carrocería donde los llevaban estrujados y dijo: «¡Hemos llegados cabrones. Aquí es el pinche Norte; de aquí pa’delante cada quien se las apaña como pueda!».
Miguel y los otros se bajaron del vehículo. Estaban en medio del desierto. Ese desierto traicionero, devorador de sueños, de ilusiones, de anhelos, de vidas… Y mientras ellos se ubicaban, el camión partió dejándolos solos, en medio de la nada.
La soledad y el pánico le asaltaron a Miguel, y una lágrima comenzó a surcar su mejilla. En su llanto silencioso se expresaba un dolor de vida y muerte. Y en medio de su angustia, pensó en Rosita –como él cariñosamente llamaba a su esposa–, en sus tres pequeños hijos, en sus papás y en sus hermanos. Las imágenes de toda su vida cruzaron su pensamiento en una ráfaga de tiempo.
Mientras esto sucedía, alguien del grupo dijo: «Bueno, ¿y ahora pa’dónde? Tenemos que caminar. No podemos quedarnos aquí, sin hacer nada». Miguel, que estaba sumido en su pensamientos, fue sorprendido por una mano que tocó su hombro.
– Hay que caminar compadre. ¿Es la primera vez que viene p’al Norte verdad?
Miguel, sin decir palabra, asintió con la cabeza. Su voz se le había quedado atorada en la garganta.
– No te preocupes compadre, tu familia estará bien. La primera vez que uno cruza pa’ este lado siempre es duro. Pero hay que luchar pa’ comer y pa’ vestir a los chamacos. ¿De dónde eres?
Miguel, tragando saliva, contestó como si hablara para sí:
– De Irámuco. Soy de Irámuco.
Un escalofrío que recorrió todo su cuerpo sorprendió a Miguel: había dado el primer paso del llamado «sueño americano», recordaba los anhelos que tenía para sus hijos: él quería que estudiaran, que fueran alguien de provecho en la vida. Buscaba darles lo mejor para que tuvieran una vida diferente a como él la había tenido. Quería evitar a toda costa que no les fuera arrebatada la niñez a sus hijos como a él se la arrebataron. Y ahora se encontraba ahí, en medio de la nada.
– Yo me llamo Juan y soy de Crespo, un pueblo de Celaya…. Le dijo su compañero con mucho ánimo, mientras iniciaban el camino.
El entusiasmo con el que conversaba aquel hombre le permitió a Miguel respirar nuevos aires. Recuperar la esperanza, poner los ojos en el horizonte y lanzarce al futuro. Ahora no dejaría que el desierto devorara sus sueños ni su vida. Volteó al cielo, sonrió, se limpió las lágrimas y el sudor de la frente.
El grupo con el que venían ya les adelantaba unos cuantos pasos.

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