sábado, 15 de diciembre de 2012

Señora Muerte


Pensar en la muerte no está de moda, es una realidad que se evita, se esquiva y no se habla de ella. Nos da miedo pensar en ella, nos recuerda nuestra finitud y fragilidad, sin embargo, es una realidad que siempre está presente, nos acecha en cada momento y lugar de nuestra existencia. Siempre está cerca. Nos observa...

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (para abreviar RAE) define "muerte" como:

Muerte: (Del lat. mors, mortis).
1. f. Cesación o término de la vida.
2. f. En el pensamiento tradicional, separación del cuerpo y el alma.
3. f. muerte que se causa con violencia. Lo condenaron por la muerte de un vecino.
4. f. Figura del esqueleto humano como símbolo de la muerte. Suele llevar una guadaña.
5. f. Destrucción, aniquilamiento, ruina. La muerte de un imperio.
6. f. desus. Afecto o pasión violenta e irreprimible. Muerte de risa, de amor.

Pero más allá de estas definiciones la muerte se nos presenta siempre, dirían los filosófos, como la aniquilación de ser, una vuelta a la nada, aparece como aquello tremendo que con-mueve los cimientos mismos de la existencia, de nuestra propia existencia. La muerte es la negación total del ser, no es sólo la ausencia de vida, va más allá... la muerte, paradójicamente, nos trasciende.

De esta manera, pues, la muerte es para muchos ausencia, vacío, experiencia de la nada. Para otros, regularmente, para quienes practican alguna religión, es la puerta hacía una nueva vida, hacia una nueva forma de ser y existir. Lo que para unos es el fin total de la existencia, para otros es el comienzo de una nueva existencia.

Lo cierto es que el morir es la experiencia más personal e íntima de cada individuo y también la que se vive en total y absoluta soledad. Muero solo. Mueres solo. Esta experiencia íntima, que algún día todos tendremos, en tanto que es personal, es decir, que sólo me corresponde a mi y sólo a mi, no puede ser transmitida, dicho de otra manera, frente a la muerte del otro, mi amigo/a, mi hermano/a, esposo/a, yo, tú siempre asistiremos como espectadores, siempre seremos y estaremos distantes a ella. Eso nos da miedo. Sentir la muerte del otro, asusta, hace que pensemos en nuestro propio final del camino.

Así pues, por irrisorio que sea, la muerte para los vivos es un misterio, en el sentido más profunda de esta, desvirtuada palabra, en alguna otra ocasión aclararé lo que quiero decir con misterio, no se cuando...

En fin, la muerte es siempre esa señora amenazante que podemos encontrar a la vuelta de la esquina, que nos puede dar nuestro último abrazo, nuestro último beso.

Dédalo

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Cosas del Destino

Testigos fueron los cielos y las tierras, los dioses todos y cualesquiera demonios, hadas o mágicos poderes que existir pudieran. Puse por testigo al sol y a la luna, a los animales de los bosques y de las junglas a sus fieras. A los clavos del cristo y a los bancos de la iglesia, a las vírgenes y a los santos, a las calles de todas las ciudades que juntos visitamos. Igualmente a los lagos en los que remé para ella y los ríos en los que nos bañamos, las praderas en que retozamos y los árboles a los que trepamos. Fueron testigos todos los ojos de todas las plumas de todos los pavos reales del mundo. Los libros de cada una de las bibliotecas a las que acudimos a consultar sobre las historias de amor mas bellas. Los escondites más increíbles, recodos, montañas, cuevas. Los espejos, las ventanas y las puertas de tantos hoteles. Sus lámparas, sus alfombras y sus mesas. Iba a acabarse la luz, a hundirse el mundo, a parar de rodar el planeta, a desaparecer la vida. Iban a terminarse todas las estrellas, a secarse todos los mares, a pudrirse las raíces de todas las plantas de la tierra. Iba a llover para siempre o nunca más. A desintegrarse la última célula. Iba a convertirse el mundo en un conejo, el conejo en un mago y el mago en chistera. Cualquier cosa iba a suceder antes que nuestro amor sufriese un mínimo resbalón, percance o pena. Sin embargo, pongo por testigo ahora a las botellas llenas de cerveza, y a las vacías, de que aquella que pasa por la acera de enfrente es ella y que el que va con ella no soy yo.

Tomado de:
Trastornos Literarios
Autor(a):
Flavia Company

domingo, 7 de octubre de 2012

Una imagen marina


Así que decidimos ir a caminar por la playa, que vista desde la ciudad, a juzgar por la línea que empezaba y no terminaba sino que simplemente se iba haciendo más delgada, era interminable. disfrutábamos al cumplir con todas las normas de etiqueta que se exigen a dos enamorados a la orilla del mar: íbamos, no podía ser de otra forma, de la mano; nos asustábamos cuando el mar mojaba nuestras piernas hasta llegar a los muslos; nos deteníamos a cada momento para besarnos; nos salpicábamos y nos mojábamos hasta que el agua se convertía en caricias y entonces empezábamos otra vez a caminar por ese pedazo de mundo que, de pronto, se había convertido en un lugar cuyo único fin era que lo habitáramos  partícipe de nuestra felicidad, el mar también chapoteaba con nosotros, y en su sal en nuestra piel y en nuestras risas en esa playa inmensa se evidenciaba una felicidad que habíamos planeado cuidadosamente, como una receta que se ha preparado por generaciones con resultados idénticamente deliciosos.
Frangmento de: Los andantes
Federico Guzman Rubio

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Nota inconclusa de Morelli

Nota inconclusa de Morelli:

No podré renunciar jamás al sentimiento de que ahí, pegado a mi cara, entrelazado en mis dedos, hay como una deslumbrante explosión hacia la luz, irrupción de mí hacia lo otro o de lo otro en mí, algo infinitamente cristalino que podría cuajar y resolverse en luz total sin tiempo ni espacio. Como una puerta de òpalo y diamante desde la cual se empieza a ser eso que verdaderamente se es y que no se quiere y no se sabe y no se puede ser.
Ninguna novedad en esa sed es sospecha, pero sí un desconcierto cada vez más grande frente a la ersatz que me ofrece esta inteligencia del día y de la noche, este archivo de datos y recuerdos, estás pasiones donde voy dejando pedazos de tiempo y de piel, estos asomos por tan debajo y lejos de ese otro asomo ahí a lado, pegado a mi cara, previsión mezclada ya con la visión, denuncia de esa libertad fingida en que me muevo por las calles y los años.
Puesto que soy solamente este cuerpo ya podrido en un punto cualquiera del tiempo futuro, estos huesos que escriben anacrónicamente, siento que ese cuerpo está reclamándose, reclamándole a su conciencia esa operación todavía inconcebible por la que dejaría de ser podredumbre. Ese cuerpo que soy yo tiene la presencia de un estado en que al negare a sí mismo como tal, y al negar simultáneamente el correlato objetivo como tal, su conciencia accedería a un estado fuera del cuerpo y fuera del mundo que sería el verdadero acceso al ser. Mi cuerpo, no el mío Morelli, no yo que en mil novecientos cincuenta ya estoy podrido en mil novecientos ochenta, mi cuerpo será porque detrás de la puerta de luz (cómo nombrar esa asediante certeza pegada a la cara) el ser será cosa que cuerpos y, que cuerpos y almas y, que yo y lo otro, que ayer y mañana. Todo depende de... (una frase tachada).
Final meláncolico: Un satori es instántaneo y todo lo resuelve. Pero para llegar a él habrá que desandar la historia de fuera y la de dentro. Trop tard pour moi. Crever en italien, voire en occidental, c`est tout ce qui me reste. Mon petit café-crème le matin, si agréable...

Rayuela
Julio Cortázar

domingo, 29 de julio de 2012

Rayuela 7


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

     Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Julio Cortázar

martes, 3 de julio de 2012

No te salves

No te quedes inmóvil 
al borde del camino 
no congeles el júbilo 
no quieras con desgana 
no te salves ahora 
ni nunca 
no te salves 
no te llenes de calma 
no reserves del mundo 
sólo un rincón tranquilo 
no dejes caer los párpados 
pesados como juicios 
no te quedes sin labios 
no te duermas sin sueño 
no te pienses sin sangre 
no te juzgues sin tiempo 

pero si 
pese a todo 
no puedes evitarlo 
y congelas el júbilo 
y quieres con desgana 
y te salvas ahora 
y te llenas de calma 
y reservas del mundo 
sólo un rincón tranquilo 
y dejas caer los párpados 
pesados como juicios 
y te secas sin labios 
y te duermes sin sueño 
y te piensas sin sangre 
y te juzgas sin tiempo 
y te quedas inmóvil 
al borde del camino 
y te salvas 
entonces 
no te quedes conmigo

Ficción

Como el mundo no se entera de lo que te pasa a ti, procuras enterarte de lo que le pasa al mundo. Así, cada mañana te despierta la radio y entre sueños retomas el argumento de la vida en el punto donde se detuvo ayer. Luego, en el coche, escuchas el primer informativo, que complementarás con la lectura de la prensa. La cruenta realidad internacional, los acontecimientos culturales, la cartelera cinematográfica, todo, en fin, lo dominas como dominas una novela que has leído cien veces y por cuyo interior te puedes aventurar a ciegas como por el pasillo de tu casa. además, todavía te quedan dos telediarios y acabas de comprar la revista semanal, que te ofrece un poco más de lo mismo pero con fotos en color. Excepto en las tramas secundarias, con frecuencia imprevisibles, la realidad se comporta como una novela por entregas: siempre se suspende en el punto más alto, cuando en la cama te narcotizas con las últimas noticias.

Manejas, pues, la realidad como si de la ficción se tratara. La reunificación de las dos Alemanias, el hambre en Etiopía, la muerte en Suráfrica, -y actualmente la elecciones en México-, etcétera, formas los hilos de un argumento que te apasiona, pero que a lo mejor no te concierne porque su evolución no depende de ti. Tu realidad real, la que de verdad puede hacerte feliz o desdichado, es mucho más cercana, más doméstica, y se puede medir en estabilidad económica y cantidades de amor.

Ahora estás empezando el día y un 25% de tu alma está ocupada ya por la publicidad y por las noticias. Esta noche, cuando te acuestes, toda tu vida personal se habrá borrado, diluida en la ficción de acontecimientos externos cuyo conocimiento no te habrá hecho mejor. Aunque tal vez, mientras se te cierran los ojos escuchando el último informativo, puedas pensar unos segundo en ti mismo o en quienes te rodean, y adviertas, como una revelación, que el precio de saber todo lo que le pasa al mundo es el de no saber lo que te pasa a ti.

Fuente: J. J., MILLÁS, Articuentos Completos, Barcelona 2011, 204.

domingo, 1 de julio de 2012

La casa de Asterión

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que ho hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado eso juegos, también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes, la casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris, he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor, Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redeentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.

-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.

Un cuento de Borges